DALE AL PLAY Y SÉ INCONSCIENTEMENTE FELIZ CON MADNESS
¡Qué mayor felicidad que ser adolescente con Madness!
¡Qué suerte tuvimos de tener trece y catorce años mientras sonaba Madness en la radio día y noche!
Escucharlos era sentirse vivo, pues la música se te metía como una primavera intensa por las venas y todo se volvía tan absurdo como pleno, pues alguien pensaba tan descabelladamente como tú, y quería divertirse.
Resulta que aquello era ska y sería el futuro germen del reggae, pero nosotros ni lo sabíamos ni falta que nos hacía, pues estábamos locos, pues teníamos catorce años y nos pasábamos el sábado por la tarde pateando el barrio sin más objeto que pasárnoslo bien, y como ellos chillábamos, y muy pronto aprendimos todos a andar haciendo su característico trenecito con las piernas recogidas y moviendo la cabeza como gallinas cluecas para escándalo de señoras mayores que nos veían asustadas de esta juventud sin rumbo, dónde terminaremos por acabar.
Pues algunos en el paro, y otros haciendo varias carreras y trabajando como bestias para sacar adelante una familia cuyos hijos volverían a transitar por esta locura llamada adolescencia que te hacía reírte de todo y todos pues el mundo era una mierda pero nosotros no estábamos para lamentarnos y repetíamos incesantemente las escenas de las películas que entonces nos fascinaban, como aquella de Top Secret en donde un miembro de la resistencia esturnuba en las manos y al ver lo que salía de su interior se suicidaba decididamente.
Esa era una de tus especialidades, y la otra darte contra las paradas de autobús para desconcierto de pasajeros que esperaban. Un buen golpe con el pie cuando te acercabas y poner las manos en la cara como si te hubiera alcanzado una ráfaga de metralla para que todos formaran un corro en torno tuyo.
- Pobrecito
- Se ha desgraciado - decíamos el resto para aumentar el dramatismo de la escena un segundo antes de que te quitaras las manos, dieras un saltito con las piernas abiertas y empezaran las carcajadas sin pausa mientras todos salíamos corriendo como demonios felices y absurdos, puro Madness que nos daba ganar de bailar como bien se nos ocurriera, pues teníamos la cara llena de granos y aún seguíamos creciendo a trozos, y unas veces tenías las manos enormes y en otras ocasiones resultaba que las perneras del pantalón te quedaban tan cortas que parecías un payaso de Micolor salido directamente de la lavadora pues
Y cuando nos quedábamos sin palabras siempre había alguien que nos salvaba diciendo:
- Menos samba y mais traballhar.
Y seguíamos incesantemente una línea blanca que nunca se acababa mientras silbábamos El puente sobre el río Kwai mientras atravesábamos parques con sus pinos y sus yonkis, y seat supermirafiore aparcados en las esquinas, y cabinas de teléfonos que, pese al pánico que daban, o acaso por ello precisamente, invadíamos al asalto para intentar superar nuestro record de imbéciles metidos en una cabina con las caras aplastadas contra el cristal para el escándalo de las viejecitas (las mismas de siempre o acaso algunas nuevas) que nos llamaban vándalos y sinvergüenzas sin darse cuenta que nosotros todo aquello lo hacíamos muy en serio, e incluso alguien apuntaba el número de adolescentes en lata, la calle y el día preciso en donde se había superado la cifra anterior.
- Magnífico. Seis y medio.
Pues a Ciprián las piernas le cupieron dentro pero el cuerpo se quedó fuera por mucho que lo intentó.
¡Maldita sea!, a puntito estuvimos.