DALE AL PLAY Y OLVIDA QUE ERES HOMBRE
Quizás pueda parecer pedante, pero fue totalmente cierto: nuestra primera juventud fue de ánima alemana, y ella estuvieron primero Herman Hesse y Beethoven y más tarde Nietzsche y Richard Strauss, y nosotros quisimos ser, alternativamente, lobos estepario o superhombres, seres de voluntad sin límites y puro espíritu, incomprendidos por una sociedad trivial, capitalista y puramente televisiva (quién nos iba a decir lo capaces que son los tiempos de empeorar)
Supongo que no todo esto no es nada nuevo, y aún hoy hay chicos de 18 que andan todavía fascinados por todo ese idealismo espiritual de seres indómitos que buscan el mundo total y miran por encima del hombro a los puros materialistas.
Nosotros, durante nuestros infinitos paseos nocturnos de los sábados, hablábamos de todo eso, de la voluntad de poder como una forma de conquistar el absoluto, y en un lugar recóndito pero cierto de nuestro interior nos gustaba sentirnos elegidos del destino; una especie de ecce homos laicos, héroes sufrientes y verdaderos que sobrevolábamos sobre las miserables cosas del mundo sin apenas rozarlas.
Bien sabíamos (nos gustaba pensar que lo hacíamos) que para conseguir aquellos altos lugares (nos imaginábamos como viajeros sobre un mar de nubes) era necesario el sufrimiento, y lo aceptábamos con orgullo pues
¡Qué estupidez!, dirán algunos.
Lo mismo que pensaban muchos de nuestra pandilla sobre nosotros.
-¡Qué aburridos!
Nos decían a Solsona y a mí, pues a Luis siempre le dejaban fuera pese a ser el más intenso de los tres.
Posiblemente porque él, igual que hacía con la música, era el único capaz de pasar del cielo al suelo sin el menor esfuerzo, y emocionarse con George Michel de la misma manera que lo podía hacer con Mahler o Queen.
-De la épica a la lírica con parada intermedia en el pop - solía decir mascando las palabras como si hubiera planteado el último nudo gordiano (así de intenso podía volverse) para a continuación decir a grito pelado -. ¡Yo me tomaría otro ron con cola!
Con ellas creaba una tela de araña de atrapar los fantasmas que siempre le persiguieron, como su ansia de un amor infinito que fuera más allá de la simple amistad o el más puro sexo que fuera eso pero también poesía, y risas, y profundas conversaciones de pronto interrumpidas por el deseo que, tras consumarse, dejara paso al silencio o la cháchara sin sustancia o todo a la vez, como si su mundo fueran múltiples lugares incompatibles entre sí.
-Ser como una canción, decía.
Vivir en ella para ser feliz, como cuando se retiraba de todo y todos y andaba por la ciudad desierta de agosto durante horas con los cascos puestos.